miércoles, 21 de junio de 2017

Una de vaqueros

                              
Cuando era chamo, tendría unos diez, once años más o menos, solíamos jugar en un parquecito. Mis amigos me llamaban con un típico silbidito rápido fuiu-fu-fui que inmediatamente tenía en mi un efecto Pavlov- era una emoción incontrolable e inmediata- agarraba mi balón, o el guante, dependiendo de la temporada de futbol o pelota. Dejaba lo que estaba haciendo, salía corriendo y gritando a armar la partida mientras caminábamos hacia el parque,  decidíamos con “pares o nones” o “piedra-papel o tijera” el lado de la cancha que nos podría tocar. Todos sabíamos que podíamos jugar con el sol a favor,  jugando futbol, si le dabas al balón con el ángulo necesario podías encandilar al arquero, un gol seguro; ocurría lo mismo con la pelota, si bateabas un fly por left field el jugador igualmente se cegaba no  atajaba esa pelota nunca, mínimo un hit asegurado.

Mi papá era un fanático de las películas de vaqueros, con él vi Rio Rojo, Río Bravo, Lucha de Gigantes, Vaqueros, La Diligencia y muchas películas protagonizadas por John Wayne, de hecho, cuando llegaba a casa decíamos, “llegó John Wayne”. Siempre estaba trabajando, era lógico, teniendo tantos hijos... Sin embargo, algún que otro sábado o domingo veía la televisión en la tarde y te “invitaba” a ver la película con él. Era un rito obligatorio,  más de una vez me tocó sacrificar la emoción del silbidito por la “invitación” de mi papá para ver películas de vaqueros.
Muchas veces, planeábamos una especie de campeonato entre nosotros, nos íbamos eliminando hasta tener un “campeón de la cuadra”. El torneo estaba acordado en distintos encuentros los fines de semana; por lo tanto, la presencia de mis hermanos y mía era “impelable” y necesaria. Gracias a esta tensión entre silbidito-vaquero-papá mi oído desarrolló una discreción auditiva peculiar en balas y puños en películas de vaqueros.
El western norteamericano se escuchaba  muy distinto que el spaghetti western, no era solamente una cuestión en el doblaje de las voces, sino de balas y puños. Supongo se debía a las frecuencias agudas en el doblaje de los estudios Cinecittá en Roma. Si uno detalla el sonido de las balas y los puños en los western norteamericanos tienen profundidad y una reverberación controlada. En el spaghetti western sonido del era más agudo y tenían un eco o reverberación en ese registro. Ese detalle de doblaje no le gustaba a mi papá prefería cocinar, leer, hablar con mi mamá u otra cosa, pero no veía esas películas. Yo, al tanto del gusto de mi padre, solía escuchar y apreciar el sonido de  las balas o puños de la película, sabía que al sentir el silbidito podría ir o no al juego. Era una cuestión de oído, me acondicioné a escuchar esa diferencia en las balas y puños en las películas de vaqueros. Me había convertido en un experto en el reconocimiento auditivo de balas y puños. Extraño a mi padre y el sonido de las películas de vaqueros.
Lamentablemente, los niños y muchachos de hoy no distinguen las balas de los westerns con sus padres. Reconocen las de verdad, saben  lo que hacen.  Lo han aprendido defendiéndose  de la guardia y policía nacional bolivariana en el asfalto venezolano.
Hubiera preferido para ellos…  una de vaqueros.  

Daniel Atilano

2 comentarios:

  1. Amigo, hermoso recuerdo y muy sentida experiencia con nuestra realidad de hoy. Gracias.

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  2. Jejeje, me gustó mucho Daniel, un abrazo, gracias por compartirlo.

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