Catedral de San Patricio Nueva York |
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Tuve la fortuna de tener unos padres que creyeron en la educación, les agradezco mucho a ellos y a Dios mi suerte. La educación fue la inversión más estructurada en mi infancia, adolescencia y juventud. Ojalá pudiéramos tener un sistema educativo sólido, confiable, al alcance de todos y apreciado como la riqueza más grande del ser humano. En una buena educación el muchacho organiza el ocio que, sin forma ni dirección, le puede llevar a la delincuencia, no importa el nivel social. El ocio puede ser determinante en la vida. La música ocupó mis espacios de esparcimiento, de ocio
El cuatro llenó esos ratos de
solaz. Recuerdo que fue un Polo
Margariteño tocado por un compañero de tercer grado el detonador de mi destino.
Quedé sorprendido al ver un niño igual a mí que podía cantar y tocar. Mi insistencia desde ese momento fue tener un cuatro. Ha debido ser una
experiencia latosa para mi madre.
En Caracas, había unos puestos en
algunas urbanizaciones que vendían cuatros, al verlos empezaba la cantaleta de “cómprame
un cuatro”. Por fin un diciembre tuve el bendito cuatro que había costado la
fortuna de 25 bolívares. Ese gesto maternal definió mi destino. Tocar y tocar,
las propagandas, los programas, llevarlo al colegio y tocar canciones del
método de Oscar Delipiani. El cuatro me ayudó mucho a conocer personas, reconocer
el país y… a ocupar mi ocio.
Hacia finales de los setenta, en
la época del ta’ barato dame dos
venezolano, mis padres invirtieron en el aprendizaje de una lengua. Todos o casi todos en mi casa pudimos salir del
país aprender inglés, eso nos abrió muchas oportunidades. El esfuerzo de mis padres rindió frutos en todos
nosotros. En mi viaje a Boston llevé mi
cuatro, allí fue donde descubrí lo que hacia la música, sobre todo la música
venezolana.
Toqué en la calles para comer
cuando no llegaba la renta desde Venezuela, di serenatas junto a un cantante peruano, parrandeé hasta el cansancio y conocí a grandes músicos.
Justamente, fue gracias a un excelente músico venezolano, Mauro Tortolero, que el
cuatro adquirió otra dimensión. Mauro tocaba todos o casi todos los
instrumentos, su experticia era el contrabajo pero tocaba con maestría el arpa
llanera, tenía una guataca prodigiosa y una memoria inmensa. A fuerza de
caseticos e instrucciones de cómo rasguear con la mano derecha aprendí muchísima
música llanera que él me grababa y luego corregía cuando le acompañaba en el
arpa.
Un día me dijo: vamos a tocar en televisión, tenemos que
ensayar. Así conocí a “Pito” quien tocaba las maracas; el bajista, lamentablemente
no recuerdo su nombre; Mauro en el arpa y yo en el cuatro. El éxito fue
inmediato tocamos en todas partes, nos invitaron a Nueva York a tocar en la
Catedral de San Patricio, era mi primer viaje como músico en el exterior, yo no
podía con la emoción.
Tocábamos un domingo, partimos el
sábado y dormimos en Queens. Para aliviar los nervios del grupo tocamos en una
oficina del consulado de Venezuela en Nueva York que se encontraba al lado de
la Catedral, todo estaba saliendo muy bien, salimos del consulado y llegamos.
Allí estaba San Patricio, mi primera impresión fue extraña, desde afuera la Catedral
se veía pequeña como sumergida entre rascacielos. Cuando entramos y se abrió el
espacio de la nave principal, todo era inmenso y estaba completamente llena de
gente.
Un pequeño detalle, en el
trayecto del consulado a la Catedral lo hicimos a pie por la cercanía, recuerdo
que hacía mucho frio. Cuando estábamos listos para tocar las 32 cuerdas del
arpa se habían desafinado debido a la
temperatura. Mauro con la viveza y rapidez del músico popular teniendo el
público esperando, decide no afinar hacia arriba sino que nos pidió al bajista
y a mí bajar medio tono. Él tan solo ajustó algunas cuerdas, la rápida
operación fue un éxito, ¡afinados!
En el proceso, el único que no
había participado era el maraquero, se había quedado extasiado ante el altar, un
gran Cristo arriba de nosotros y las
casi 3000 personas que habían acudido esa tarde. Cuando empezamos a tocar el
ritmo no cuadraba, las maracas estaban atravesadas. Mauro se da cuenta y
comienza a recitarle en el oído al maraquero: picante, picante, picante, señalándole el acento mientras tocaba. Este demasiado
nervioso no acertaba el ritmo, estaba arruinando el número. Fue allí el momento
memorable de esta experiencia.
Mauro le dijo en voz baja pero
con firmeza: ¡Pito, Pito! mira pa’rriba.
El maraquero asustado le pregunta:
¿qué, ...qué veo?
Mauro: ¡mírale las bolas a
Cristo!
Pito espetó con una sonrisa: no seas falto e’respeto, estamos en el altar
de la iglesia.
Inmediatamente como por arte de
magia, Pito agarró el tiempo, todos nos reímos en silencio con picardía cómplice
y la música fluyó perfecta el resto de la tarde. Fue un concierto memorable. Los recursos del músico popular son
insospechados.
Hace poco preocupado con la
diáspora musical venezolana conformada por excelentes músicos, vi recientemente al extraordinario cuatrista
venezolano Jorge
Glem tocando en un festival en la estación Gran Central, recordé entonces
que... toqué el cuatro una vez en Nueva
York.
Daniel Atilano
Estas vivencias son las que le dan sabor a la vida; continúa escribiendo tus experiencias musicales. Si logras contactar a Mauro le das un saludo de parte mia. un abrazo
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