En Bello Monte al lado de la
autopista Francisco Fajardo, en avenida Venezuela con calle Tacagua quedaba un
antiguo y prestigioso local nocturno donde se escuchaban tangos, La Peña
Tanguera. Allí a partir de la siete de la noche ese lugar de ventanas pequeñas y
cortinas te presentaba un mundo mágico. Un señor alto, moreno, voluminoso, lentes oscuros y bigotes
tipo zorro, trajeado con corbata y “flux” podía detenerte o
dejarte entrar al local. Adentro el espacio era oscuro y algo rojizo como
consecuencia de la iluminación de las mesas con lamparitas. Una barra de madera
con bancos giratorios te recibía, toda una estética década 1950. Se escuchaban
tangos y milongas. Allí tuve la dicha de cantar a finales de los noventas con
el grupo “Entrance”.
"Entrance" éramos un grupo de
amigos coralistas universitarios en su mayoría de la Facultad de Ciencias de la
Universidad Central. Estaba conformado por una urbanista, dos licenciadas en
computación, un carpintero, un matemático y un arquitecto nos juntamos para
cantar piezas originales y arreglos vocales a seis voces. Fue para mí, como
compositor, fue un laboratorio de ideas musicales. Los ensayos memorables
fueron horas de trabajo llenos de humor picante y divertido. Si llegabas tarde
el “chalequeo” era intenso acompañado cafecito y refrigerio.
Un día nos dijeron para cantar en la Peña Tanguera, como no teníamos
un tango para la ocasión para no perder
la oportunidad arreglé la Milonga
Sentimental y nos fuimos armados con nuestro repertorio vocal de seis
piezas, cinco piezas venezolanas y una milonga. El ambiente era fantástico,
allí conocí a dos extraordinarios músicos al bandoneonista Danilo Rivero y al
legendario bajista Salvador Soteldo quienes acompañaban a los cantantes de
tango, por ellos valía la pena todo el esfuerzo. Ellos nos dijeron que el
público de la noche tiene sostenidos y bemoles. Que una presentación puede ser
fantástica pero otra puede ser terrible, que tratáramos siempre de hacer buena
música para nosotros, ese era el truco. Así, tuvimos un mes de presentaciones
inolvidables.
Una noche de sábado a casa llena estábamos inspirados el ambiente era
cómplice con nosotros, los propietarios estaban sorprendidos porque, a pesar de
no ser la típica música se cantaba en ese lugar, el público había respondido
favorablemente. Llegamos al punto de lograr el silencio y atención absoluta,
después lluvia de aplausos. Casi para finalizar cantabamos nuestra pieza más
delicada, Niño Lindo. Imagínense ustedes
teníamos atrapado al público, cantar una pieza como esa en ese ambiente, en un Night Club caraqueño.
Que sublime ocasión, finalizando la
pieza de pronto se escucha un manotón contra la barra ¡PUM! un despechado ha
gritado a todo pulmón: ¡Quiero Tango! Me acordé en ese momento del sabio consejo de Rivero y Soteldo.
Estos meses las marchas caraqueñas se han apropiado de autopista
Francisco Fajardo rememoré estando frente a ese lugar. La ciudad se ha
transformado, viene a mi mente José Ignacio Cabrujas parafraseando una de sus
entrevistas decía “Caracas no permite recuerdos, no hay recuerdos posibles en
ella… tal vez sea por ello que la amo tanto”. El lugar de la Peña Tanguera es
hoy una cauchera.
Daniel Atilano
Buena historia. Mi comentario va orientado a tu reflexión final. Ciertamente, así es Caracas. No tiene lugar para el recuerdo. Todo cambia sin dejar rastro.
ResponderEliminarTambién Soy arquitecto y músico, hijo de un cantante de boleros y tango. De los lugares que frecuentemente visitaba con mi padre ya no queda ni evidencia. A pesar de que "20 años es nada".
Los recuerdos me hicieron buscar La Peña Tanquera, donde se conocieron mi madre y mi padre, de niña conocí su fundador.
ResponderEliminarDesde Berlín estoy con mi mosaicos de recuerdos de la querida Caracas y mis orígenes. Incluso me sorprendí gratamente haber recordado bien el lugar, Bello Monte.
Gracias por tu blog, tu música que nunca escuché.
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