Carlos Atilano
19, abril, 1927 – 27,
noviembre, 2006
Hace
poco escuché “Begin the Beguine” de Cole Porter, fue inevitable pensar en mi
papá, mi viejo. Fue un señor de esos, de
antes. Como decían “un macho”, en todo el sentido de la palabra, no encuentro
otra que lo describa mejor. La imagen
más cercana, que mejor lo refleja es la de John Wayne… tropical. Su vida
era una aventura constante, parecía no tenerle miedo a nada.
Su
vida idealizada fue en Güiria, capital del municipio Valdez del estado Sucre. Llegar
allá toma unas catorce horas por carretera asfaltada, por carretera de tierra
no me imagino. Su pasión los peces, inventos y productos del mar. Visualizaba y disfrutaba
todo lo que significaba el mar y sus derivados: barcos de cemento, granjas de
peces, inventos de pesquería, hornos de ahumar pescado, algas deshidratadas,
laboratorios de camarones, etc. Mi casa era un museo de peces y nosotros los
probadores oficiales de sus comidas e inventos.
Recuerdo
el día que falleció, estaba yo dando clase y recibo una llamada de mi hermana por celular sin anestesia me dijo: “El viejo se murió en Güiria,
estamos aquí en mi casa”. Fui para allá.
Allí
estaban mis hermanos y la vieja, ellos planificando en una pizarra, como ir para allá o
como traer al viejo a Caracas, yo me sumé al plan. Mi sobrina que estaba en
Güiria no informaba sobre los acontecimientos. Sonó el teléfono, “la urna no
cabe en la avioneta”, se cayeron todos los planes. La vieja nos dijo:”ustedes si hablan y
planifican pendejadas, vámonos ya para Güiria”. Todos pensamos “Carlos lo volvió hacer” a
correr para Güiria.
Eran
las siete de la noche, salimos en dos carros, viaje Caracas-Güiria, recogimos
en Puerto La Cruz a una cuñada y a mi sobrina, llovió toda la noche en el
trayecto. Llegamos a las seis de la mañana, a la urna le había puesto hielo
abajo.
En
el momento de la llegada una estudiantina y coro del colegio de monjas del
pueblo había terminado de tocar y cantar. Todo se activó inmediatamente con
nuestra llegada, éramos lo único que faltaba para proceder con el ritual. Llegaron
los músicos, un trompetista, un trombón y un bombo, una banda fúnebre.
Los
músicos preguntaron cuál era la canción favorita del viejo, “Begin the Beguine”,
respondió mi mamá. Comenzó entonces, la procesión fúnebre hacia la iglesia del
pueblo al tempo lento del bombo con la
famosa melodía.
La
gente del pueblo se asomaba por las ventanas o salía al porche para despedir al
viejo, las pisadas se escuchaban en los descansos de la melodía. Al llegar a la
iglesia dispusieron el ataúd en el centro de la iglesia, frente al altar.
Comenzaron los rezos. De pronto llegó un muchacho, alto, moreno con pantalones
cortos y chancletas, de aspecto descuidado, parecía un loco de pueblo, se puso
a jugar con el crucifijo que estaba en el cristal del ataúd dándole vueltas con
sus dedos. El sacerdote seguía con los rezos, de repente con la mano dijo adiós
y se fue por donde vino.
Salimos hacia el cementerio del pueblo acompañados por la
banda y la música. Llegó otro hermano que faltaba. Todo transcurrió con
normalidad pero el ataúd al descender se trabó, tratábamos de forzar el descenso,
uno de mis hermanos dijo, “déjala caer
que del fondo no pasa”, nos reímos pero la vieja nos regañó, “sean serios
muchachos”.
Mi papá descansa en Güiria, municipio Valdez del estado
Sucre, ahora resulta lejos, muy lejos. Mi mamá solía decir en “Güiria el viento
se devuelve” o “el diablo perdió el rabo”. Lo cierto es que el viejo está en su
pueblo natal, fue muy coherente con su vida, pensaba, decía y hacía. Como todo
ser humano se equivocaba pero fue muy coherente con palabra y acción. Adoraba a
oriente, sobre todo a su pueblo, hasta en eso fue coherente.
Falleció mientras dormía, lo encontraron dormido en su cama,
con el libro que estaba leyendo, seguramente soñaba con un mundo mejor con la
ayuda de los productos del mar.
Hoy escuché “Begin de Beguine” de Cole Porter…
Daniel Atilano