domingo, 23 de julio de 2017

La Peña Tanguera

En Bello Monte al lado de la autopista Francisco Fajardo, en avenida Venezuela con calle Tacagua quedaba un antiguo y prestigioso local nocturno donde se escuchaban tangos, La Peña Tanguera. Allí a partir de la siete de la noche ese lugar de ventanas pequeñas y cortinas te presentaba un mundo mágico. Un señor alto, moreno,  voluminoso, lentes oscuros y  bigotes  tipo zorro, trajeado con corbata y “flux” podía detenerte o dejarte entrar al local. Adentro el espacio era oscuro y algo rojizo como consecuencia de la iluminación de las mesas con lamparitas. Una barra de madera con bancos giratorios te recibía, toda una estética década 1950. Se escuchaban tangos y milongas. Allí tuve la dicha de cantar a finales de los noventas con el grupo “Entrance”.

"Entrance" éramos un grupo de amigos coralistas universitarios en su mayoría de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central. Estaba conformado por una urbanista, dos licenciadas en computación, un carpintero, un matemático y un arquitecto nos juntamos para cantar piezas originales y arreglos vocales a seis voces. Fue para mí, como compositor, fue un laboratorio de ideas musicales. Los ensayos memorables fueron horas de trabajo llenos de humor picante y divertido. Si llegabas tarde el “chalequeo” era intenso acompañado cafecito y refrigerio.

Un día nos dijeron para cantar en la Peña Tanguera, como no teníamos un tango para la ocasión  para no perder la oportunidad arreglé la Milonga Sentimental y nos fuimos armados con nuestro repertorio vocal de seis piezas, cinco piezas venezolanas y una milonga. El ambiente era fantástico, allí conocí a dos extraordinarios músicos al bandoneonista Danilo Rivero y al legendario bajista Salvador Soteldo quienes acompañaban a los cantantes de tango, por ellos valía la pena todo el esfuerzo. Ellos nos dijeron que el público de la noche tiene sostenidos y bemoles. Que una presentación puede ser fantástica pero otra puede ser terrible, que tratáramos siempre de hacer buena música para nosotros, ese era el truco. Así, tuvimos un mes de presentaciones inolvidables.

Una noche de sábado a casa llena estábamos inspirados el ambiente era cómplice con nosotros, los propietarios estaban sorprendidos porque, a pesar de no ser la típica música se cantaba en ese lugar, el público había respondido favorablemente. Llegamos al punto de lograr el silencio y atención absoluta, después lluvia de aplausos. Casi para finalizar cantabamos nuestra pieza más delicada,  Niño Lindo. Imagínense ustedes teníamos atrapado al público, cantar una pieza como esa  en ese ambiente, en un Night Club caraqueño. Que sublime ocasión,  finalizando la pieza de pronto se escucha un manotón contra la barra ¡PUM! un despechado ha gritado a todo pulmón: ¡Quiero Tango!  Me acordé en ese momento del sabio consejo de Rivero y Soteldo.


Estos meses las marchas caraqueñas se han apropiado de autopista Francisco Fajardo rememoré estando frente a ese lugar. La ciudad se ha transformado, viene a mi mente José Ignacio Cabrujas parafraseando una de sus entrevistas decía “Caracas no permite recuerdos, no hay recuerdos posibles en ella… tal vez sea por ello que la amo tanto”. El lugar de la Peña Tanguera es hoy una cauchera.

Daniel Atilano

viernes, 7 de julio de 2017

San José de los Altos

Capilla de San José de los Altos.
Foto José Ilidio Spinola
Viví en San José de los Altos cuando era niño, tendría 6 o 7 años. Recuerdo que era un pueblo húmedo y frío. La casa veía hacia los Valles del Tuy, eso era lo que decían mis hermanos mayores y los adultos cuando veíamos hacia la lejanía. Ir para Caracas era un viaje.
Era un pueblo de calles empinadas, la única vía plana estaba frente a la plaza de la iglesia. Esta particularidad más que ser un problema era una oportunidad para los muchachos de aquella época.  En diciembre antes del día 24 de solía haber patinatas frente a la plaza de la iglesia. Los muchachos se levantaban muy temprano, como a las cuatro y media de la mañana salían con los amigos a esa hora a patinar, las calles en bajadas  trocaban en rampas de deslizamiento bajo las ruedas metálicas de los patines “Winchester”.  La aventura comenzaba la noche anterior cuando dejaban todo preparado,  al escuchar las “piedritas en el vidrio de las ventanas” todos salían disparados a la plaza a patinar. Los más pequeños no nos dejaban ir porque “eso era cosa de muchachos”.
Una vez nos llevaron a las patinatas, imagino que mi mamá quería que viéramos de qué se trataba todo aquello, ya que en su niñez y juventud ella había patinado en el Parque los Caobos en Caracas. Siendo tan pequeño no entendía lo de la “misa de aguinaldo” todo estaba oscuro y el cura daba la misa, me preguntaba: ¿para qué son los patines? lo comprendí después. En la iglesia me llamó la atención la presencia de instrumentos  (cuatro, chapero, tambor, furruco)  y el canto de aguinaldos, todos se sabían la letra, creo que allí fue donde escuché por primera vez el Niño Lindo. Después todos, hasta el cura, salían frente a la iglesia, cantaban parrandas,  patinaban, algunos se lanzaban por la bajada. Descubrí más tarde que mis hermanos y sus amigos, ciertamente, disfrutaban  toda la experiencia, sin embargo, lo más importante para ellos no era ni la misa, ni los aguinaldos, ni siquiera la patinata, eran las muchachas. Finalmente, cuando salía el sol, todos regresaban a sus casas.
En esa época la música se manifestó en mi casa de muchas y diversas maneras.  Por una parte, el aguinaldo y la parranda que se tocaban en las patinatas fue retada por  la recién llegada gaita maracucha, recuerdo particularmente a La Suegra que se escuchaba por radio, se popularizó en Caracas, San José de los Altos no escapó de su influencia. El ritmo pegajoso y rápido de la gaita con cuatro, charrasca, furro y tambora junto a la letra divertida y directa gustó mucho.
La otra influencia musical que enloqueció a los jóvenes de ese momento vino del exterior a través de la radio y la televisión, los Beatles. Recuerdo la comiquita de los Beatles que pasaban por aquella televisión en blanco y negro. Los muchachos cambiaron su apariencia, vistieron camisas de bacterias, pantalones de pana y botines. La influencia fue tal que formaron un grupo, los We, tocaron en televisión, fue todo un acontecimiento en la cuadra. Ese grupo de convertiría años más tarde en el grupo Aditus.
Siendo niño aguinaldos, parrandas, gaitas y rock de los Beatles se juntaron en el recuerdo de un pueblo de los Altos Mirandinos en manos de mis hermanos mayores. Lo provinciano y tradicional se unió con lo urbano e internacional. Penny Lane por Pepperland disparó esta evocación.


¿Qué recuerdos tendrá en un futuro un niño de 6 o 7 años de hoy?  

Daniel Atilano